DEDICATORIA:



Dedico con mucho cariño este blog a los buenos amigos que se prestaron gratuitamente a ejercer de improvisados actores para que Tele-Le fuera una "realidad". Especialmente a Jesús; pese a todo, él sigue conmigo.

sábado, 6 de febrero de 2021

EL DÍA DE LA BODA

HISTORIA REAL COMO LA BIRRA MISMA

-CAPÍTULO 13-

-EL DÍA DE LA BODA-

Días antes habían enviado las esperpénticas invitaciones para el evento a amigos, conocidos y congéneres varios; ninguno de ellos confirmó su asistencia y a nadie le extrañó porque entre ellos era habitual que así ocurriera. Esa gente no sabía mucho de protocolos y mucho menos sabía de “Porcumplires”.

 Tras unos días de insistente lluvia y mal tiempo que terminaron con los nervios y la moral de Sestampana, el elegido para la boda amaneció soleado. Parecía que el astro rey quería unirse a la felicidad de la pareja, alumbrando maravillosamente el día más feliz de sus vidas, pero pronto se arrepintió y escondido cobardemente tras unos tupidos nubarrones, no volvió a brillar en lo que quedaba de jornada.

Sestampana Tolrato tras una noche insomne por los nervios de la boda, las molestias del embarazo y la comezón de cuero cabelludo y rostro, madrugó para poder arreglarse con calma. Era la novia y aquel día ella sería la más guapa del pueblo al salir de la iglesia dando el brazo a su flamante marido.

Sus amigas envidiarían su suerte al verla con el precioso vestido que luciera su madre el día que contrajo matrimonio y que con unos arreglillos lograron que le sentara como un guante y se ajustara en perfecto disimulo a su cuerpo de novia preñada.

Se tiró de la cama animosa y nauseabunda como cada mañana desde que la preñó vete a saber quién. Sin dar el interruptor de la luz, se adentró en el aseo privado de su cuarto y casi a oscuras, hizo su habitual, larga, aireada y ruidosa meada mañanera.

La noche anterior había dejado preparado un termo con café con leche para desayunar en su cuarto sin tener que salir de él hasta no estar completamente lista. Nadie, absolutamente nadie podría verla antes de aparecer radiante. Quería que todo fuera maravilloso aquel día “más feliz de su vida” y que desde su atuendo a su maquillaje, fueran sorpresa para todos.

Desayunó medio en penumbra. Tomó de un trago su café con leche y abrió la ventana. La luz del sol -que aún no se había arrepentido de lucir- inundó el dormitorio e iluminó el tocador.

Había pasado su última noche de soltera y sin quitarse aún la toalla que había cubierto su cabello y el emplaste de jabón Lagarto en escamas que le encomendara Yomackillo Tusojeras. Sestampana soñaba con ver su cutis radiante y se aproximó al espejo, pero fue incapaz de reconocer el rostro deforme que le devolvía la imagen reflejada en él. Sus ojillos achinados apenas podían abrirse. Estaba casi tan cegata como su novio y sus futuras suegras. Los labios eran morros cual salchichas reventonas.

 “¡Ya sabía yo que la escritora iba a darme el día!” –pensó resignada. Lo que no imaginó la desdichada era hasta qué punto.

 El ungüento recomendado por sus estilistas para bajar la hinchazón, no sólo no había hecho el efecto deseado, más bien todo lo contrario: tenía la cara como un racimo de uvas negras a punto de estallar convertido en mosto, atrayendo a varias moscas.

Imposible maquillarse porque el suave roce de sus dedos le producía un insoportable dolor y no había maquillaje que no fuera hormigón, capaz de encubrir el calamitoso aspecto de su rostro.

Sólo una careta hubiera podido disimular las pústulas que daban a sus inexistentes facciones aspecto macilento y podrido en general.

 “¡Bueno… no pasa nada!  ¡Alguna cosa tendría que salir mal!” -dijo resignada-. “No me maquillo y punto, así estaré lista más pronto. Diré que lo que llevo en la cara es un nuevo maquillaje de novia, el último grito en cosmética”.

 ¡Pobre chica! No se daba cuenta que cualquiera que la viera el grito iba a darlo… pero de espanto.

El cabello tampoco había salido bien parado tras la aciaga y apoteósica sesión de belleza. Toda la noche envuelto en toalla para –supuestamente- reparar el daño alérgico, no había hecho más que empeorarlo. Cuando Sestampana procedió a retirar dicha toalla, lo que apareció no fue cabello, parecía más bien pasta de serrín completamente dura, compacta y pesada.

Afortunadamente bajo el agua de la ducha, la pasta fue ablandando. Media hora y muchos litros de agua después, había desaparecido… La pasta y con ella la mitad de su frondoso cabello que en grandes mechones caía a la ducha atrancando el desagüe hasta el punto de revertir y formar un charco en la habitación.

Envolvió de nuevo el cabello en otra toalla y como algunos ya imagináis, al poner un pie fuera de la ducha, resbaló con toda el agua que había en el suelo y se dio un golpetazo en la cabeza haciéndose un gran chichón que parecía una peineta de Manola en Semana Santa.

 “¡Bueno, no pasa nada! ¡Alguna cosa tendría que salir mal!” “Al menos no me he dado en la tripa”.

 No cambió sus planes pese a su nefasto estado de pescuezo para arriba y comenzó su “arreglo nupcial”. Se embadurnó el cuerpo y lo que quedaba de su larga melena con jabón muy espumoso. Frotó y frotó hasta lograr abundante bálago; se metió bajo la ducha y abrió el grifo del que no manaba ni una sola gota de agua.

 “¡Bueno, no pasa nada! ¡Alguna cosa tendría que salir mal!”

 Como pudo se quitó todo el espumarajo viscoso con una toalla y luego de peinarse un poco, trató de secarse el pelo con un viejo secador que nunca utilizaba. Como todos seguramente estáis suponiendo, no soplaba con fuerza suficiente para secar el embadurnado rizado y jabonoso.

Apenas había comenzado el proceso de “secado”, cuando una chispa prendió la carcasa del viejo cacharro que comenzó a arder junto a la menguada cabellera de la desdichada novia que quedó humeante, lampiña y churruscada como pelucón de congoleño.

 “¡Bueno, no pasa nada!” “¡Alguna cosa tendría que salir mal!” “Así no tendré problemas de si me gusta o no el peinado”.

 Buscó en una caja donde guardaba los disfraces y extrajo una peluca rubio platino de cuando se disfrazó de pilingui, se la encasquetó en la cabeza a modo de gorro y aunque parecía una pepona rota, ella se vio tan mona, que era lo que importaba; aunque realmente en vez de mona era un verdadero “Macaco” con paperas.

 “¡Bueno, no pasa nada! ¡Alguna cosa tendría que salir mal!” “Con el velo podré disimularlo”.

 Por fin había llegado el momento de ponerse su precioso traje de novia. Nerviosa y emocionada comenzó a vestirse, con tan mala fortuna que al levantar un pie y quedarse a pata coja, perdió el equilibrio y cayó sobre el escote rasgándolo por detrás varios centímetros; nada que no pudiera disimularse con unas puntaditas.

Lo cosió como pudo -que no fue bien porque no sabía ni coser un botón- y para no volver a tener el mismo problema, se sentó y comenzó a vestirse de nuevo. Enseguida se dio cuenta que la criatura que llevaba en su vientre parecía querer asistir a la boda porque su barrigota aquella mañana era mucho más evidente que nunca. Desafortunadamente para Sestampana, el bebé crecía por momentos y habían pasado varios días desde que las modistas tomaran medidas hasta ese momento en que iba a estrenarlo… Respiró hondo, dejó de respirar, contuvo la respiración… y al fin se empotró el vestido. ¡Ya está! La novia estaba vestida, sólo faltaba subir la larga cremallera delantera que en bonito diseño quedaba disimulada con una puntilla fruncida.

 Por más que intentó subir esa cremallera, no pudo, le faltaban varios centímetros para que sus dientes pudieran encajar. La única solución para cerrar un poco el vestido, fueron unos grandes y anti estéticos imperdibles que dejaban entrever el canalillo y sus esclusas.

 No era precisamente glamurosa ni elegante la forma en que quedó la vestimenta nupcial, pero no había otra cosa que hacer; -ni tiempo- porque con tanto avatar, faltaban muy pocos minutos para que su soñada calesa tirada por dos caballos blancos y conducida por un cochero con librea llegara a recogerla y quería ser puntual.

Finalmente pretendió embutirse los “preciosos” a la par que grotescos y anticuados zapatos blancos con lentejuelas que también formaron parte del ornamento nupcial de su madre, pero ahora los pies de la novia eran como los de un elefante adulto con juanetes. Imposible; lo intentó de mil maneras, pero no hubo forma, sólo pudo calzar sus viejísimas y desgastadas babuchas de andar por casa, por las que asomaban sendas uñas de los dedos gordos de sus pies y ella resignada dijo:

 “¡Bueno, no pasa nada! ¡Alguna cosa tendría que salir mal!”

 Pintó las babuchas con ungüento de blanquear las hiendas de los azulejos, les colocó sendos lazarros blancos que guardaba de un regalo que recibió siendo niña y tan bonitas imaginó que le habían quedado.

 Se dispuso al fin a rematar su atuendo colocándose el velo, pero por mucho que lo intentó, era imposible clavar la peineta en el pelucón. El enorme chichón que se hizo al caer al suelo saliendo de la ducha, tampoco ayudaba a ajustar el peinecillo. No le quedó más remedio que buscar una rápida solución: cogió un palito y con él un buen pegote de cola de zapatero, untó las púas de la peina cosida al velo y se lo pegó a la peluca a la altura del cogote:

 “¡Bueno, no pasa nada! ¡Alguna cosa tendría que salir mal!”

 Así de esa guisa, salió de su cuarto y se presentó delante de su madre que al verla cayó redonda al suelo igualito que el padre y padrino que también vio a su hija salir de la habitación vestida de ¿novia? Sestampana imaginó –que ya es imaginar- que no habían podido resistir la emoción al verla tan hermosa.

Ya era tarde y sabiendo la puntualidad enfermiza de su novio y sus futuras suegras, Sestampana salió de casa sin poder atender a sus padres que allí quedaron inertes con sus galas de boda sin poder acompañar a su hija -o lo que quedaba de ella- a la iglesia.

 La infortunada muchacha recogió todos sus atavíos: el ramo de novia; nada de “Rododendro Magnoliopsida” (de la familia de las Ericáceas) como soñó desde niña sería su ramo y que aquella mañana era de las flores que le habían salido a la florista del mismísimo capullo: amapolas, margaritas silvestres y cardos borriqueros que a juego con los arreglos florales de la iglesia había elaborado la tozuda Mamen Tido.

Tomó el apolillado abanico pintado a mano por una ex amiga de la amiga de una amiga de otra amiga: “Nadiuska Pokopelo” que le prestó también los guantes hasta el codo y la también carcomida sombrilla de encaje para lucir en la preciosa calesa…

Ya en la calle buscó con la mirada el carruaje que su novio habría contratado para ella: la hermosa calesa tirada por dos caballos blancos y conducida por un cochero con librea que la llevaría a la iglesia.

Ni rastro de calesa, de caballos ni de cochero con librea, la calle estaba desierta a excepción de un trasto que había a la misma puerta de su casa: un carro destartalado tirado por dos jamelgos tordos y un carrero con boina y traje de pana marrón.

 -      Oiga, ¿usted no ha visto una preciosa calesa tirada por cuatro caballos blancos? –preguntó la novia temiendo la respuesta.

-      No señora, en mi vida he visto una. Y usted, ¿No habrá visto una novia que es una bellosidad destampanante  que se llama Sestampana?

-      Yo me llamo Sestampana ¿y usted?

-      Pascasio Cascarrias

-      ¡Encantada! -Dijo la muchacha tan desganada como horrorosa.

-      Encantada no sé, señorita, pero creo yo que su novio debe quererla mucho -dijo mirando incrédulo lo que veía.

-      Tanto como yo a él, porque casarse con un chico tan feo no creerá usted que es plato de buen gusto.

-      Bueno, ¡ustedes están a conjuego!

-      La verdad que no hacemos mala pareja. Además, es lo único que tengo y si no me conformo, peor pa mí.

-      Sus vidas a mí no me importan, yo vengo contratado a recogerla a usté pa llevarla a la iglesia de San Sirolé, pa que se case usté con su novio ante el altar de Santa Rita Rita, Loqueseda, Nosequita.

-      Venga, vamos, ayúdeme a subir al carro que se nos hace tarde -apremió Sestampana.

-      Su novio de usté me ha suplicado muchísimo que no deje de entregarla esto. Que no sabe pa qué la querrá usté pero que me insistió mucho en que yo la entregara a usté esta libreta.

 En aquel momento, Sestampana horrorizada comprendió lo que ocurría y temió qué más despropósitos le esperaban ese día maravilloso y soñado. La desdichada novia únicamente dijo:

 “¡Bueno, no pasa nada! ¡Alguna cosa tendría que salir mal!”

 Antes de que pudiera reaccionar, comenzó una fuerte tormenta de rayos, truenos, centellas, granizos y chaparrones intermitentes (a ratos diluviaba y a ratos escañaba agua a borbotones). Abrió su sombrilla de encaje a modo de paraguas -que entre el encaje y los boquetes producidos por el apolillamiento, dejaba pasar toda la que caía y más- y ante la idea de ir andando, se acopló como pudo, sin ayuda en aquel carromato diciendo:

 “¡Bueno, no pasa nada! ¡Alguna cosa tendría que salir mal!”.

 El carrero arreó a los dos escuálidos y más que añosos pencos y transportando a la animosa novia, puso rumbo a la iglesia de San Sirolé para que pudiera casarse con su amado Esterrato Tanagusto Toíto frente al altar de Santa Rita Rita Rita Loqueseda Nosequita. Patrona querida y venerada por Sestampana Tolrato Encuclillas.

No hay comentarios: