DEDICATORIA:



Dedico con mucho cariño este blog a los buenos amigos que se prestaron gratuitamente a ejercer de improvisados actores para que Tele-Le fuera una "realidad". Especialmente a Jesús; pese a todo, él sigue conmigo.

viernes, 19 de febrero de 2021

CAPITULO 15 LA CEREMONIA


HISTORIA REAL COMO LA BIRRA MISMA

-CAPÍTULO 15-

-LA CEREMONIA-

Al llegar a la puerta de la iglesia, Sestampana y su carrero vieron entrar el cortejo nupcial. Así le dijo a Esterrato que debía esperarla y obedientemente así lo hizo él.

La chica sabiendo que su padre y padrino no llegaría, le pidió a Pascasio Cascarrias que hiciera las veces. El cateto de ciudad, se encogió de hombros y diciendo: “al mal paso darle prisa”, se dispuso a ayudar a bajar del carro a la empapada novia, con tan mala fortuna, que en vez de la mano, la agarró del abanico, que cayó al suelo exactamente igual que la infortunada chica, que perdió pie, resbaló y cayó de bruces en un charco de barro que oportunamente ahí estaba.

 ¡Bueno, no pasa nada! ¡Alguna cosa tendría que salir mal!”. Al menos no me ha visto ningún invitado porque ya todos me esperan dentro.

 Cerró la sombrilla, se recompuso las ropas, se estrujó como pudo el agua y el barro, asió fuertemente el brazo don Pascasio Cascarrias y aún más fuerte el ramo casi de tallos -puesto que la mayoría de los pétalos reposaban en el charco- y caminó erguida hacia la entrada de la iglesia.

 Las ropas de las madrinas eran obra de la prestigiosa diseñadora japonesa Mepinxao Konunaguja. Las gemelas Toíto querían vestir para la ocasión ropas típicas del país de sus ancestros lejanos; combinado con la españolía de la tierra que las viera nacer.

Había que ver a las chinas con mantilla, peineta… y el kimono de raso rojo con dragones en apariencia bordados, aunque en realidad estaban pintados a boli y a mano por ellas mismas; las chancletas con calcetines de deporte blancos con raquetas de tenis bordadas y a punto de salirles las uñas en los dedos gordos formando sendos tomates; dichos calcetines a juego con la cara, blanca como sal… Así llevaban hacia el altar a Esterrato cada una de un brazo, que en vez de al altar parecía que lo llevaban al cadalso…o algo peor.

 El novio parado ante el retablo mayor, miró a su alrededor, sin conseguir ver nada a causa de su cegatez buscando a su amigo el escritor, enseguida  sintió gran sensación de alivio cuando notó que Yoteskribo Unaskagadas, le entregaba disimuladamente un pedazo de papel que el novio guardó en el bolsillo de su americana al tiempo que su amigo le decía: “tranquilo aquí estoy, me quedaré para ayudar en la misa a don Salvador Mido porque no ha venido el sancristán y me he ofrecido para yudarle”.

Justo en ese momento se produjo la llegada de la novia que irrumpió en la iglesia como un retortijón: molesto y doloroso, dando el brazo a Pascasio Cascarrias, su carrero y padrino, que con desgana y estómago revuelto, se lo prestó para llevar al altar a aquella pobre mujer –caricatura de novia- que a duras penas y de la guisa sabida, se dirigía sonriendo a su novio, que miope no veía lo que se le echaba encima; medio sordo no escuchaba las risas de los asistentes y mudo de emoción mostraba sus caries y desdentadura en amplia y excitada sonrisa.

Sestampana veía a lo lejos, en el altar, a su novio y sus madrinas, pero ni rastro de sus amigas Ana Cardo Borriquero, Deborah Menterita Toltoto, Claudia Sífilis y Eugenia Martínez de Orujo, a las que había tenido que sobornar fuertemente para que actuaran como Damas de Honor en la ceremonia.

A las cuatro arpías les encargó muy encarecidamente puntualidad, pero allí no estaba ni una sola de las cuatro.

 ¡Bueno, no pasa nada! ¡Alguna cosa tendría que salir mal!”.

 Cuanto más se acercaba al altar, con más detalle podía ver Sestampana la vestimenta de sus suegras y del novio y con idéntico sofoco ellos podían comprobar en el que ella se encontraba.

-         ¿Pero dónde me he metido yo? –pensaba sin dejar de caminar hacia su inminente destino.

-         ¿Qué te ha pasado cariño? –preguntó Esterrato cuando la tuvo tan cerca como para poder reparar en detalles.

-         ¿Y a ti? –dijo ella saliéndose por la tangente ya que no podía hacerlo corriendo.

-         Llegas tarde querida.

-         Sí, pero muy poco. Os he visto entrar cuando llegué. ¿No os habéis mojado?

-         Hemos venido en autobús, porque si vengo andando con mi madre y mi tía, nos dan las 24 uvas.

-         ¿De dónde has sacado este traje? –dijo la novia viendo el ropaje raído y varias tallas pequeño del novio.

-         ¡¡Sabía que no te gustaría mi traje; que le pondrías mil pegas!!

-         ¿Pegas yo? Tranquilo que no estamos pa perder el tiempo; parece un traje muy antiguo… y usado por no decir viejísimo ¿de dónde lo has sacado?

-         Del armario de mi madre; llevaba años guardándolo para darme la sospresa. Era de mi abuelo… ¡¡Lo enterraron con él!!

 Sestampana no pudo reprimir un grito, mezcla de asco, miedo y horror espantoso.

 -         ¿Qué dices?

-         A mi padle lo amoltajamos con ese tlaje –decían las chinas-. Y cuando lo sacamos a los diez años estaba tan nuevecito que antes de tilal los lestos del poble abuelo al osalio común, se lo quitamos y lo gualdé pala que Estelato lo luciela en su boda. No tuvimos siquiela que lleval-lo a la tintolelía, el pantalón ni lo usó mi padle, se lo pusimos soblepuesto debajo del sudalio, y la amelicana sólo tenía polvo somos y en polvo nos conveltilemos y con sacudil-la quedó pelfecta.

-         ¡Diez años muerto y enterrado! –protestó la aterrada novia.

-          Pero a mí me hace mucha ilusión llevarlo hoy,  el día más importante de nuestra vida mi amor.

-         ¡Es horrible! ¡Se ve raído y no es tu talla!

-         Sólo está usado dos veces. Mi abuelo y mi padre se casaron con este traje tan precioso…

-         ¿Pero tu madre no era soltera?

-         Sí, pero mi padre se casó en primeras náuseas con la mejor amiga de mi madre.

-         ¡Ah!, Entonces, tu madre era “la otra”.

-         Para dártelas siempre de tan lista, no te enteras de nada, la otra, era su mejor amiga y ésta, es mi madre.

-         ¡Anda déjalo guapo!

-         Me alegro que me veas guapo cariño –dijo pavoneándose el pobre  tonto.

 Sin poder escuchar la conversación, don Salvador Mido, viendo a la novia al borde del desmayo; mirando semejantes contrayentes, amadrinantas  japochinas y apadrinante palurdo de ciudad; hizo la señal de la cruz y gritó: “¡Dios nos asista!” Mientras los asistentes abarrotaban la primera fila de bancos para no perder detalle del esperpéntico enlace.

 La ceremonia comenzó entre los nervios de unos y otros, la incredulidad de don Salvador Mido, la ineptitud del eventual monaguillo, la tormenta en la calle, el olor a incienso de la iglesia y los miles de disparos fotográficos de los asistentes.

De pronto y sin venir demasiado a cuento Yoteskribo Unaskagadas tomó las riendas y con el libro del nuevo testamento en la mano leyó: 

 -         En las pistólas de San Pablo…

-         Epístolas –corrigió en voz queda don Salvador.

-         Carta de San Pablo a los Adefesios.

-         Sería Efesios, pero la carta de hoy es a Los Corintios.

-         Pues viendo a estos novios, sería mejor a los Adefesios padre.

-         Corintios –insistió el párroco.

-         Carta certificada de San Pablo a las pasas de Corinto.

-         ¡Corintios! –gritó el cura enervado.

-         Vale, lo siento, no he hecho nunca de monaguillo y por eso me Confucio un poco. Usted me lamente don Salvador.

-         ¡En todo caso será, “te perdono”!

-         Gracias, sabía que lo entendería.

 Cada vez más azarado, el cura hizo una señal al novio para que leyera el poema. Esterrato sin tiempo de leer previamente el poema que Yoteskribo Unaskagadas le había entregado, se acercó al atril, desplegó el papel y sin comprender la lectura por culpa de los nervios, convencido de que lo que iba a leer era un hermoso poema de amor, recitó leyendo torpemente intentando un acento meloso y trascendental:

 Querida; que bien te veo, al convertirte en mi esposa

Maquillaste tus ojeras… y estás igual de horrorosa,

Aunque sé que no eres virgen, ni tampoco San José

Hiciste de gallinita en el último Belén.

 

Por mi despiste aquel día, me llaman “el despichado”

Y yo  que capón quedé podando aquel seto hace años

Quisiera saber mi vida, como coño te he preñado

Sin robarte un solo beso, esta preñez fue  milagro.

Y aunque el padre no sea yo, como ya te prometí

Por el honor que no tengo, de ese niño me haré cargo.

 

En este día de la boda, frente al altar de la Santa

Con dos cuernos prominentes, me entrego a ti en cuerpo y alma

Sin importar que eres fea y un poquito casquivana

Me caso, aunque no me quieras; por tu estado de preñada

Confórmate con mi cuerpo, mis apellidos; mi casa

Pues para encontrar placeres, no los tendrás en mi cama.

 Al acabar de leer, miró temblón a los que intuyó serían sus invitados pero sólo pudo ver gentes borrosas que tapaban sus bocas con la mano para ocultar la risa.

Esterrato al adivinar más que ver, el gesto de sus amigos imaginó que los pobres trataban de evitar comerse el mal olor, aún se azaró más y mirando de soslayo a su novia –para intuir la emoción de ella, porque sabía que verla no la vería, mucho menos ver su emoción y aún menos de soslayo- pidió disculpas ante el mismo micrófono que acababa de utilizar para declamar, aunque él no supiera lo que era declamar:

 Lo siento, ha sido sin querer, no tuve tiempo de ensayar y claro, como el miercrófono todo lo aumenta se habrá oído retumbando como un tambor y es que con los nervios, al leer se me ha soltado el vientre, pero no creí que mi pedo oliera tan mal y llegara tan lejos el fato.

 Los presentes incapaces de disimular y ante tamaña confesión, rompieron en carcajadas, que al escaso oído de Esterrato le parecieron aplausos y no paraba de sonreír y agachar la cabeza reverenciando una y otra vez el “cariñoso” gesto que le hacían sus amigos a la par que invitados. Al menos eso pensaba él, que eran las personas que cámara de fotos en ristre no paraban de disparar instantáneas.

Sestampana, muda por lo que acababa de escuchar, hubiera querido que su novio además de corto de vista y sordo por el error con las gotas -que aún perduraba- hubiera quedado mudo justo antes de leer semejante memez recitada y posterior explicación gaseosa. Ella –pobrecilla- muy a su pesar, había oído y olido el nervioso poema-pedo recitado por su ya casi marido.

La pobre Sestampana tenía los pies grapados al suelo y el deseo de salir corriendo fundido con la impotencia de no poder hacerlo por culpa de  su preñez. No se atrevía a dejar de mirar a su venerada  Santa Rita Rita Rita Loqueseda Nosequita, implorando fuerzas para afrontar su desposorio y valentía para mirar a sus espaldas.

Cuando por fin lo hizo, no salía de su asombro, ni una sola de aquellas caras era conocida para ella; ninguno de sus amigos o familiares ocupaban aquellos bancos, todas las personas tenían los mismos rasgos orientales que sus suegras.

-      Esterrato ¡¡sólo ha venido tu familia, en esta iglesia son todos chinos!! –gritaba en voz queda la sorprendida novia.

-      Pero cariño, eso no es posible, no envitamos a la familia de mi madre, porque desde tan lejos no podrían de venir.

-      ¡Pues ya me dirás quiénes son todos estos chinos!

 Pronto el enigma estuvo resuelto: al templo habían entrado un manojo de excursionistas nipones nikitas que visitaban la hermosa iglesia; casualmente se encontraron con el bodorrio y viendo a contrayentes y madrinas pensaron que se trataba de la grabación de una película de terror surrealista.

El sacerdote al darse cuenta de que los improvisados fotógrafos no eran invitados a la boda, les invitó… a abandonar el templo, pero los excursionistas no estaban dispuestos a perderse el espectáculo: abandonaron los primeros bancos y continuaron disparando sus cámaras fotográficas a pocos centímetros del cura, padrinos y contrayentes.

El ruido de los disparos incomodó al sacerdote que nuevamente instó a los chinos a marcharse.

 -      Hacen ustedes caso omiso a mi petición y no lo voy a consentir –dijo francamente enfadado.

-      Ya han oído ustedes a don Salvador Mido –gritó peloteando Yoteskribo Unaskagadas, tomándose a pecho su papel de “sancristán”-.  ¡No se dan cuenta que ésta es la casa de Dios y la están convirtiendo en Sogoma y Modorra! ¡¡Fuera!! –gritó el “literato”.

-      Sodoma y Gomorra –rectificó el cura por lo bajini.

-       Eso, que esto no es  Sorroma Y Gamona y están haciendo caso sumiso al ruego del santo padre.

-      Omiso –volvió a rectificar sin confiar demasiado en que Yoteskribo fuera a hacerle más caso que los orientales.

 Finalmente los excursionistas sin parar de disparar fotos compulsivamente  abandonaron la iglesia y pudo continuar la ceremonia.

 Esterrato Tanagusto y Sestampana Tolrato miraron la iglesia completamente vacía, sus invitados llegaban tarde o simplemente no llegarían, pero ese contratiempo no podía arruinarles el día más feliz de sus vidas; aunque releyendo cuidadosamente este capítulo y el anterior –y los siguientes-, cualquiera diría que lo estaba siendo.

-      Reverendo padre don Salvador, le ruego que esperemos un poco para ver si llegan nuestros invitados, no sé por qué no han venido –rogó nerviosa Sestampana.

-      Pero yo no puedo hacer eso, dentro de un rato tengo que celebrar un entierro y los muertos no esperan –contestó don Salvador Mido.

-      ¿Cómo vamos a casarnos solos? Después de la ceremonia tendremos el convite; nos hemos gastado un dineral y si no vienen a vernos casar ¿de qué servirá tanto boato? –Insistía Sestampana.

-      ¡¡Pero bueno!! Lo importante de una boda es el sacramento, no el oropel –contestó furibundo el presbítero.

-      Pol supuesto lo impoltante es el saclamento, pelo también la celeblación y nosotlas hemos contlatado con glan esfuelzo un lestaulante calísimo –dijeron las madrinas al unísono-. Y si no telminamos plonto con esta bobelía se va a echal a peldel toda esa comida.

-      Ya está bien; tiene razón el cura: no es importante el Tropel ni el boniato. Lo importante es que me estoy casando con esta Bellosidad tan preciosa de mujer –decía el bobote.

-      ¡¡Pleciosa!! Tienes suelte de ser ceganiles polque te casas con una bicha hijo mío y además pleñada de otlo.

-      ¡¡Esto es el colmo!! –dijo don Salvador Mido-. Están ustedes cometiendo pecados de soberbia…

-      Eso, ya está bien; como dice don Salvador, estáis comiendo pescados de serbia, lujuria y penuria y gracias tenéis que dar si no os expulsa de aquí con cajas desmembradas.

-      No lo hago porque la novia está preñada y el nonato no merece nacer hijo de madre soltera. –decía enervado el sacerdote-.Y ahora si alguien quiere dedicar una oración a Santa Rita Rita Rita, este es el momento.

-      Yo sé una muy bonita que me enseñó mi padre –decía Yoteskribo Unaskagadas.

-      ¡Oremos!

-      Cuándo querrá Dios del Cielo, que la tortilla se vuelva, que los pobres coman pan y los ricos coman mierda…

-      ¡Qué dices mentecato! –increpó el cura.

-      Mantecados no, mejor unos pastelitos –dijo el tonto mientras la novia se tapaba avergonzada la cara con las manos.

-      Yo también me sé una oración preciosa que me enseñó mi abuelo ¿puedo decirla? –preguntó un poco azarado el novio.

-      ¡Claro hombre! ¡Cómo no!

-      Se la debe respetar a una mierda en el camino, porque tal flor representa a un hombre que fue a cagar y si no caga revienta…

 El sacerdote prosiguió la liturgia impotente, elevando su mirada al cielo implorando paciencia:

 -      El Señor esté con vosotros.

-      Y con la señora –dijo Esterrato mirando embobado a la mujer que estaba convirtiéndose en su esposa.

-      Arrepentíos hermanos –pretendió continuar don Salvador mido.

-      No. No me arrepiento porque estoy enamorado ¿verdad mi vida?

-      Calla y escucha. Que estás poniendo nervioso a nuestro querido prestíbero –cortó Yoteskribo.

 El sacerdote al borde de un ataque de nervios, dijo: “venga vamos al rito porque esto es un despropósito. ¡¡Vamos, a casarse y punto pelota!! Con estas palabras el párroco dio por zanjado el rifi rafe.

-         Queridos hermanos, nos hemos reunido aquí ante nuestra venerada Santa Rita Rita Rita Loqueseda Nosequita, para unir a este…hombre y a esta pobre mujer en santo matrimonio…o lo que sea. ¿Quién tiene los anillos?

 Novios y padrinos se miraban. Sestampana rezando para que su novio o las madrinas dijeran: “yo”. Pero no, a trío dijeron señalándola: “la novia”. Mientras el padrino paleto decía: “A mí que me registren” y Yoteskribo comenzaba a cachearle.

 “¡Bueno, no pasa nada! ¡Alguna cosa tendría que salir mal!”

 -         No importa, simularemos que tenemos anillo y vosotros simularéis que os los ponéis. Intuyo que las arras tampoco las tendremos ¿No? –preguntó sin esperar respuesta y con resignación desesperada el oficiante.

 Como pudo, don Salvador Mido continuó con las preguntas litúrgicas del casorio y con un estrepitoso: “Yo os declaro marido y mujer… y suegras… lo que Dios ha unido que no lo separen los hombres… podéis ir en Paz”…y no volver por aquí.  Dio media vuelta y entró apresurado en la sacristía.

 El cazurro conductor del carro Pascasio Cascarrias que con tan pocas ganas hizo las veces de padrino, pidió a Sestampana el importe del “servicio” y ésta, que no llevaba un celemín encima, se lo pidió a su ya esposo, que también estaba sin dinero y éste a sus madrinas; las chinas miraron al carrero y con un simple: “pídeselo al padlino”, zanjaron el asunto y por el pasillo central abandonaron la iglesia seguidas de los contrayentes pasito a pasito como ellas caminan siempre.

 Una hora después, por fin salieron a la puerta de la iglesia de San Sirolé. Una lluvia de granizo gordo recibió a los novios…

 Sestampana apenas pudo pensar:

 “¡Bueno, no pasa nada! ¡Alguna cosa tendría que salir mal!”. La lluvia de granizo ha sido bonita y así no hay que barrer el arroz de la puerta.

 Ni lluvia de arroz, ni lluvia de pétalos de rosa, ni invitados que gritaran ¡¡Vivan los novios!! Ni fotos con los novios a la salida…

 “¡Bueno, no pasa nada! ¡Alguna cosa tendría que salir mal!”. Estarán todos en el restaurante.

 Por más que la muchacha buscó con los ojos, no encontró el “carro nupcial” que la llevó a la iglesia y que debería transportar a los nuevos esposos al convite.

 El cochero-padrino, viendo el dineral que no le pagaban, no quiso volver a hacer las veces de nada y pese a la insistencia de Sestampana que le rogaba casi de rodillas que les llevara al convite para no tener que ir al paso de suegras; el hombre se negó en redondo, dio media vuelta y se marchó.

 “¡Bueno, no pasa nada! ¡Alguna cosa tendría que salir mal!”.

El restaurante no estaba demasiado lejos de la iglesia; en realidad nada estaba lejos en aquella pequeña barriada conocida como “La Marquesa de Mírame y no me toques”, aunque al paso que iban las chinas, cualquier distancia era interminable.

 Así las “japochinas” empeinetadas, enmantilladas, -como ya pone al principio de capítulo- con sus kimonos, de raso rojo con dragones en apariencia bordados, aunque en realidad estaban pintados a boli y a mano por ellas mismas, sus chancletas con calcetín de deporte blanco con las dos raquetas bordadas en el puño y ya con tomates en los dedos gordos; su cara con churretones blancos a causa del maquillaje “geisha” arrastrado por la lluvia y su parsimonia; la novia con su preñez, su aspecto ruinoso y el novio con el traje de amortajar a su abuelo, caminaron bajo la insistente y pertinaz lluvia hasta llegar al “Restaurante Bodega La Arcada De La Abuela”, donde días antes habían contratado un modesto menú para agasajar a sus invitados sin tener que rascarse demasiado el bolsillo.


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