DEDICATORIA:



Dedico con mucho cariño este blog a los buenos amigos que se prestaron gratuitamente a ejercer de improvisados actores para que Tele-Le fuera una "realidad". Especialmente a Jesús; pese a todo, él sigue conmigo.

sábado, 20 de febrero de 2021

EL CONVITE-1


HISTORIA REAL COMO LA BIRRA MISMA

-CAPÍTULO 16-

-EL CONVITE-

-PARTE 1-

 Sestampana no veía el momento de llegar al restaurante. El vestido de novia empapado pesaba como si llevara un elefante sentado en la cola; que dicho sea de paso, al ir arrastrándolo por el suelo, tenía pegado barro yerbajos y hasta la caca de varios perros que les salieron al paso.

El velo, aún más largo que la cola del vestido, parecía un viejo sacudidor completamente hecho girones. Del ramo de novia sólo quedaban los tallos. Su rostro deforme, junto al agotamiento y la preñez, daban a la pobre novia el aspecto más patético que se me ha ocurrido inventar y vosotros solitos debéis imaginar.

La novia llegaba al Restaurante La Arcada De La Abuela al borde de la extenuación y repitiendo mecánicamente:

 “¡No pasa nada! ¡Alguna cosa tendría que salir mal!”… “¡No pasa nada! ¡Alguna cosa tendría que salir mal!”… “¡No pasa nada! ¡Alguna cosa tendría que salir mal!”…

 Afortunadamente llegaron vivos… empapados, exhaustos, pero vivos. Sestampana no pudo contener la emoción al ver en la recepción una muchedumbre zampando a dos carrillos.

Continuaba con los parpados muy hinchados y apenas asomaban las pelotillas negras, suficiente no obstante, para poder ver sin darse de tortas contra la pared.

Enseguida reconoció en aquellos glotones a algunas de sus invitadas además de “grandes amigas”: Ana Cardo Borriquero, Deborah Menterita Toltoto, Claudia Sífilis, Eugenia Martínez de Orujo y Carmela Tragantá, que declinó la invitación a ser dama de honor, porque no le gustaba ser protagonista de otra boda que no fuera la suya.

Sestampana estaba tan feliz de verlas, a ellas y al resto de la pandilla, que no le importó que ninguno hubiera acudido a verles casar, ni que hubieran empezado el ágape sin esperar a novios y madrinas. Tampoco le importaba que ninguno de ellos girara la cabeza para saludarles, abstraídos como estaban en llenar el buche de canapés.

 -      ¡Camalelo! –gritaron las chinas-. ¿Qué hace esta gentuza tlagando a dos calillos sin espelalnos? ¿Quién ha dado la olden de selvil los canapeles antes de nuestla llegada?

-      Lo siento señora, -se excusó azarado Albert Onto-. Esa señorita preciosa del vestido blanco ¿no es la novia?

-      ¡¡Ajolá!! ¡¡Ya me gustalía!! –decían las chinas como siempre, al unísono-.  Pelo no, mi nuela es este espelpento que tlaemos aquí con estas pintas asquelosas.

-      Cuánto lo siento – se disculpó el camarero sin saber dónde meterse, francamente contrariado por la metedura de pata-. Lo siento muchísimo.

-      Más lo siento yo que tenemos que calgal con ella pala toda la vida polque mi hijo se ha enamolado como un imbelbe.

-      Ya vale doña Toíto, Ya está bien, no me ofenda tanto que si usted se viera bien, se avergonzaría de su aspecto mucho más que yo del mío –se defendía Sestampana apenas con fuerza.

-      Calla desvelgonzada, no me hables así que soy la madle que palió a tu plecioso malido –espetó la adusta Kemesuda Toíto.

-      Y yo la que me quedé pleñada –apuntó la tía Mepika Toíto.

-      Mamás, por favores, que hoy es el día más feliz de mi vida, no me lo estropees. Sestampana es mi esposa, la amo, la quiero  y quiero que tú la quieras tanto como yo. Ella ahora es tu hija. Este no es sitio ni momento para discutir.

 El camarero Albert Onto viendo que la situación se ponía complicada,  llamó al encargado: Alberto Mando, que rápidamente se hizo cargo de la incómoda situación.

Dio unas palmadas para llamar la atención de los invitados de sus clientes y al grito de: “¡Señores, han llegado los novios!” Comprobó que ninguno de ellos le hacía ni caso.

Repitió la operación añadiendo: “¿Quieren ustedes hacer caso a esta pareja?  Tampoco obtuvo respuesta y no le quedó más remedio que tomar una drástica decisión: Gritó alto y claro: ¡¡O saludan o no sirvo ni un plato más!!

 Como por arte de magia, todos los invitados giraron el cuerpo y saludaron con la mano. No podían gritar ¡¡vivan los novios!! Por tener la boca llena a reventar. Boca que a todos se les abrió de golpe como pala de tractor dejando caer la mies, al ver la estampa nupcial que tenían delante. Pronto recuperaron el resuello, que no la vergüenza y ya se disponían a continuar comiendo sin siquiera acercarse a los recién llegados, pero Alberto Mando, que había tomado el ídem, les dijo:

 -      “He dicho que no sirvo un canapé más si no se comportan ustedes. ¡¡Saluden a los novios como merecen, caramba!!"

 Los ansiosos invitados por puro compromiso fueron acercándose a los recién llegados. No podían besar a la novia por temor a reventarle los racimos de uva moscatel que adornaban su rostro, y por el asco al borde de la arcada que les producía mirar el rostro de la desdichada novia.

Sus eneamigos optaron por apretarle la mano y sonreír tan falsamente como pudieron. El primero de ellos, no podía ser otro que Santiago Ronazo Meapuntoalogratis que casi sin mirar dijo: Sestampana, “te acompaño el sentimiento”.

 -      ¿Pero en este caso no se dice enhorabuena? –preguntó tristemente la novia.

-      ¡Ah, pues no sé! Yo creía que cada uno decía lo que sentía. Estoy aquí acompañándote y esto es lo que siento.

-      Bueno hombre, pero esto no es un pésame, es una felicitación. Tendrías que decirme lo guapa que estoy.

-      ¿Y mentir? ¡No, que me acabo de confesar!

-      ¿Pero has estado en misa? ¡No te vi!

-      Lo contrario hubiera sido milagro… Bueno Sestampana, que no quiero ser abusón acaparando tu tiempo. Además no pondrán más comida hasta que no os saludemos todos y ya ves la cola tan larga… ¡Uy! ¡Perdona, no quería recordarte lo único que no vas a tener desde ahora! –dijo el descarado.

-      Vamos, vamos, que la gente se espacienta –cortó el novio.

-      Oye, muy buenos, buenísimos los canapeles –dijo sin haber felicitado a la pareja Santiago Ronazo.

-      ¿No olvidas nada? –preguntó Esterrato tendiendo la mano esperando recibir un sobre con el dinero del regalo.

-      Cierto. ¿Cuándo sirven la comida? –salió por la tangente el gorrón.

-      Cuando terminemos de saludar a los envitaus –contestó el pobre chico con desilusión.

-      ¡¡Y de recibir los regalos!! –remató Sestampana.

-      Nunca imaginé que te vería casada –dijo Cosme Adoscarrillos.

-      Imaginación has tenido poca, y vergüenza, mucho menos. ¿No me vas a felicitar?

-      No, me acerqué para hacer el paripé, aunque lo que en verdad me interesa es que vuelvan a ponernos de comer, que el hambre ya es acuciante.

-      Entonces de que nos des un sobre con dinerito, ni hablamos, mi querido Cosme Adoscarrillos ¿no?

 Santiago Ronazo Meapuntoalogratis y Cosme Adoscarrillos, sin hacer caso a la parejita, se alejaron de allí silbando con disimulo.

 Casi al final de la fila se acercaron a la novia sus amigas Ana Cardo Borriquero, Deborah Menterita Toltoto, Claudia Sífilis, Carmela Tragantá y Eugenia Martínez de Orujo.

 -      ¿Cómo es que no habéis ido a la ceremonia, mis queridas damas de honor? ¡Con tanto como os lo rogué!

-      Tú nos rogaste puntualidad –se atrevió a contestar Ana Cardo Borriquero-. Se nos hizo tarde para llegar pronto a la iglesia y para ser puntuales, hemos venido bien prontito al ágape.

-      ¡¡Me hacía tanta ilusión que mis amigas me hubierais acompañado en el momento más importante de mi vida!!

-      Yo estuve en el más importante Sestampana –apuntó picarona Devorah Menterita Toltoto.

-      Bueno, bueno -cortó inquieta Sestampana-. Eso son cosas de otros tiempos, cuando yo era soltera y ahora ya soy una mujer casada.

-      ¡Suerte la tuya! –dijo Carmela Tragantá-.

-      No sé si suerte estar casada. De momento lo que estás es horrorosa, y para casarse con este pobre birrio, tampoco te había hecho falta ser tan Pu… Bueno, ser tan apresurada en echarte novio –dijo  Eugenia Martínez de Orujo, quedándose más ancha que larga; aunque en realidad, ya había ido así al evento,  porque Eugenia Martínez de Orujo era bajita y regordeta.

 Impacientemente pacientes, uno a uno todos los amigos, conocidos y convidados en general,  fueron acercándose a los novios y con casi igual poco tacto e idéntica usura, felicitaron a la pareja sin entregar ni un solo regalito, por cutre que hubiera sido.

Cumplido el requisito, se acercaron a la mesa larga llena de bebidas y refrescos donde además había varias bandejas y platos con canapés y bocaditos. Estaban ansiosos de escuchar “el pistoletazo de salida” y tras la orden del amable camarero de acercarse a aquella  mesa, formaron un circulo infranqueable entorno a ella. Tal como gorrinos, continuaron llenando sus buches y después como gallinas, picotearon incluso las migas del mantel.

Cuando terminaron con todos los canapés, por fin disiparon el círculo del que habían excluido a novios y madrinas, que todo el rato intentaron llegar a las bandejas sin conseguir ni un bocado ni una gota de bebida, porque cuando accedían a las bandejas que portaban con diligencia los camareros, sólo quedaban las copas ya vacías y escurridas como fregonas.

 Alberto Mando, el “metre” no tardó en dar aviso para que fueran pasando al comedor.

Como una estampida de búfalos levantando hasta polvo, los invitados ocuparon todos los asientos dispuestos y cuando digo todos, quiero decir todos, que ni uno dejaron para los homenajeados.

 Alberto Mando se dirigió receloso a Sestampana:

 -      Lo siento señora, no tenemos más sillas, se ve que han venido más personas de las previstas.

-      ¿Y la mesa presidencial? –preguntó desolada la novia.

-      Ocupada señora. Ahora bajará una vecina con unas sillas de camping para que puedan ustedes sentarse.

-      Bueno, pues vaya usted silviendo la comida que ya vamos teniendo hamble  –apremiaron las chinas.

-      ¿Sin esperar a la vecina que trae las sillas? –dijo en un hilo de voz Sestampana-. ¡¡Estoy muerta!!

-      Sí, hace lato que empezaste a olel fatal.

-      Señores comer de pie es muy incómodo –decía solícito Alberto Mando-. Yo también creo que deberían esperar.

-      No, mire, no espero a nada, que por esperar un día maravilloso, mire la mierda de día que estoy viviendo –espetó de pronto Sestampana.

-      Pues no lo sé la verdad, no he leído el resto de la novela.

-      Suelte que tienes, pelo mejol léela cuando esté telminada y así podlás juzgal la pelvelsidad de la escritola.

-      ¡¡Esa señora no puede ser tan cruel!! –defendía sin saber el camarero.

-      Tienes lazón no es tan cluel, no es más mala ¡¡es peol!!

 Sin poder sentarse, novios y madrinas muertos de hambre, miraban pasar ante ellos –sin verlos- platos llenos de lo que parecían las suculentas viandas elegidas por las japochinas Toíto para menú de la boda de su adorado Esterrato.

Escuchaban las animadas risas de los desalmados comensales que continuaban con su tarea de llenar la andorga como si no hubiera mañana… ni pasado.

 Los hábiles camareros con Albert Onto al frente, se afanaban yendo con bandejas llenas y viniendo segundos después con ellas vacías y sin tiempo ni de mirar a los cuatro personajes que con sus galas de bodorrio, continuaban en pie, desencajados por el cansancio, hambrientos y sedientos, esperando pacientes su turno para ser servidos como la etiqueta manda; aunque en este caso no había protocolo, etiqueta ni decencia para con ellos.

 Los invitados zampando con tanta rapidez, no tardaron en dar fin de las provisiones y los novios fueron requeridos al grito de “vivan los novios”, “que se besen, que se besen” y “Tarta, tarta, que corten la tarta”.

El amable encargado de los camareros, Alberto Mando, al que hemos aludido montón de veces en este capítulo, -y lo que queda- se acercó a ellos y les informó:

 -      Visto lo visto yo creo que lo mejor es que vayan ustedes, corten la tarta, así se irán estos depredadores y entonces podrán ustedes sentarse tranquilamente a comer.

-      ¿En este lestaulante siemple es así? Yo cleía que plimelo y plincipal selían los novios y padlinos pala sentalse a comel y el lesto de gente se sentalía después.

-      Lo siento señoras, pero las cosas no siempre salen como uno las piensa, y en este caso al parecer están saliendo tal y como las piensa la desalmada escritora.

 Más acaramelados que la propia tarta, Esterrato y Sestampana coreados por sus eneamigos se acercaron a la mesa que debería ser la presidencial y cortaron una pequeña tarta, mientras a los insaciables les servían un plato con el surtido de postre que engulleron con la misma glotonería con que zamparon los canapés y el resto de menú.

Ya saciadas sus ansias de comer, ninguno de ellos hizo ademán de abandonar la poltrona y charlaban animadamente entre ellos sin dejar de hidratarse con el surtido de vinitos y licores que se habían endosado a lo largo de todo el ágape nupcial.

 Las amigas de la novia con más guasa que arte y más borrachas que cubas gritaban: “¡¡Qué tire el ramo, qué tire el ramo!! ¡¡Qué empiece el baile, qué empiece el baile!!” Y Sestampana loca por sentarse, pensó que si tiraba el ramo, comenzaría el baile y podrían entonces sentarse por fin a cenar… o sentarse simplemente, porque tenía más cansancio que hambre y hambre tenía mucha.

 Las ebrias hicieron un corro y Sestampana de espaldas a ellas lanzó el ramo hacia atrás (ya sabemos cómo estaba a esas alturas el ramo). La ceguera de vinosis y licorosis hizo que ninguna de las chicas viera el proyectil que se les venía encima y que fue a parar directo al careto de Eugenia Martínez de Orujo y desde entonces está trabajando  de gafe mirando con el único ojo sano a los enemigos de quienes la contratan de tuerta y muy señora mía.

 No se puede saber cómo empezaron los acontecimientos casi luctuosos que se desataron en aquel salón de celebraciones y que pasamos a relatar por expreso deseo e imaginación de la mencionada escritora.

viernes, 19 de febrero de 2021

CAPITULO 15 LA CEREMONIA


HISTORIA REAL COMO LA BIRRA MISMA

-CAPÍTULO 15-

-LA CEREMONIA-

Al llegar a la puerta de la iglesia, Sestampana y su carrero vieron entrar el cortejo nupcial. Así le dijo a Esterrato que debía esperarla y obedientemente así lo hizo él.

La chica sabiendo que su padre y padrino no llegaría, le pidió a Pascasio Cascarrias que hiciera las veces. El cateto de ciudad, se encogió de hombros y diciendo: “al mal paso darle prisa”, se dispuso a ayudar a bajar del carro a la empapada novia, con tan mala fortuna, que en vez de la mano, la agarró del abanico, que cayó al suelo exactamente igual que la infortunada chica, que perdió pie, resbaló y cayó de bruces en un charco de barro que oportunamente ahí estaba.

 ¡Bueno, no pasa nada! ¡Alguna cosa tendría que salir mal!”. Al menos no me ha visto ningún invitado porque ya todos me esperan dentro.

 Cerró la sombrilla, se recompuso las ropas, se estrujó como pudo el agua y el barro, asió fuertemente el brazo don Pascasio Cascarrias y aún más fuerte el ramo casi de tallos -puesto que la mayoría de los pétalos reposaban en el charco- y caminó erguida hacia la entrada de la iglesia.

 Las ropas de las madrinas eran obra de la prestigiosa diseñadora japonesa Mepinxao Konunaguja. Las gemelas Toíto querían vestir para la ocasión ropas típicas del país de sus ancestros lejanos; combinado con la españolía de la tierra que las viera nacer.

Había que ver a las chinas con mantilla, peineta… y el kimono de raso rojo con dragones en apariencia bordados, aunque en realidad estaban pintados a boli y a mano por ellas mismas; las chancletas con calcetines de deporte blancos con raquetas de tenis bordadas y a punto de salirles las uñas en los dedos gordos formando sendos tomates; dichos calcetines a juego con la cara, blanca como sal… Así llevaban hacia el altar a Esterrato cada una de un brazo, que en vez de al altar parecía que lo llevaban al cadalso…o algo peor.

 El novio parado ante el retablo mayor, miró a su alrededor, sin conseguir ver nada a causa de su cegatez buscando a su amigo el escritor, enseguida  sintió gran sensación de alivio cuando notó que Yoteskribo Unaskagadas, le entregaba disimuladamente un pedazo de papel que el novio guardó en el bolsillo de su americana al tiempo que su amigo le decía: “tranquilo aquí estoy, me quedaré para ayudar en la misa a don Salvador Mido porque no ha venido el sancristán y me he ofrecido para yudarle”.

Justo en ese momento se produjo la llegada de la novia que irrumpió en la iglesia como un retortijón: molesto y doloroso, dando el brazo a Pascasio Cascarrias, su carrero y padrino, que con desgana y estómago revuelto, se lo prestó para llevar al altar a aquella pobre mujer –caricatura de novia- que a duras penas y de la guisa sabida, se dirigía sonriendo a su novio, que miope no veía lo que se le echaba encima; medio sordo no escuchaba las risas de los asistentes y mudo de emoción mostraba sus caries y desdentadura en amplia y excitada sonrisa.

Sestampana veía a lo lejos, en el altar, a su novio y sus madrinas, pero ni rastro de sus amigas Ana Cardo Borriquero, Deborah Menterita Toltoto, Claudia Sífilis y Eugenia Martínez de Orujo, a las que había tenido que sobornar fuertemente para que actuaran como Damas de Honor en la ceremonia.

A las cuatro arpías les encargó muy encarecidamente puntualidad, pero allí no estaba ni una sola de las cuatro.

 ¡Bueno, no pasa nada! ¡Alguna cosa tendría que salir mal!”.

 Cuanto más se acercaba al altar, con más detalle podía ver Sestampana la vestimenta de sus suegras y del novio y con idéntico sofoco ellos podían comprobar en el que ella se encontraba.

-         ¿Pero dónde me he metido yo? –pensaba sin dejar de caminar hacia su inminente destino.

-         ¿Qué te ha pasado cariño? –preguntó Esterrato cuando la tuvo tan cerca como para poder reparar en detalles.

-         ¿Y a ti? –dijo ella saliéndose por la tangente ya que no podía hacerlo corriendo.

-         Llegas tarde querida.

-         Sí, pero muy poco. Os he visto entrar cuando llegué. ¿No os habéis mojado?

-         Hemos venido en autobús, porque si vengo andando con mi madre y mi tía, nos dan las 24 uvas.

-         ¿De dónde has sacado este traje? –dijo la novia viendo el ropaje raído y varias tallas pequeño del novio.

-         ¡¡Sabía que no te gustaría mi traje; que le pondrías mil pegas!!

-         ¿Pegas yo? Tranquilo que no estamos pa perder el tiempo; parece un traje muy antiguo… y usado por no decir viejísimo ¿de dónde lo has sacado?

-         Del armario de mi madre; llevaba años guardándolo para darme la sospresa. Era de mi abuelo… ¡¡Lo enterraron con él!!

 Sestampana no pudo reprimir un grito, mezcla de asco, miedo y horror espantoso.

 -         ¿Qué dices?

-         A mi padle lo amoltajamos con ese tlaje –decían las chinas-. Y cuando lo sacamos a los diez años estaba tan nuevecito que antes de tilal los lestos del poble abuelo al osalio común, se lo quitamos y lo gualdé pala que Estelato lo luciela en su boda. No tuvimos siquiela que lleval-lo a la tintolelía, el pantalón ni lo usó mi padle, se lo pusimos soblepuesto debajo del sudalio, y la amelicana sólo tenía polvo somos y en polvo nos conveltilemos y con sacudil-la quedó pelfecta.

-         ¡Diez años muerto y enterrado! –protestó la aterrada novia.

-          Pero a mí me hace mucha ilusión llevarlo hoy,  el día más importante de nuestra vida mi amor.

-         ¡Es horrible! ¡Se ve raído y no es tu talla!

-         Sólo está usado dos veces. Mi abuelo y mi padre se casaron con este traje tan precioso…

-         ¿Pero tu madre no era soltera?

-         Sí, pero mi padre se casó en primeras náuseas con la mejor amiga de mi madre.

-         ¡Ah!, Entonces, tu madre era “la otra”.

-         Para dártelas siempre de tan lista, no te enteras de nada, la otra, era su mejor amiga y ésta, es mi madre.

-         ¡Anda déjalo guapo!

-         Me alegro que me veas guapo cariño –dijo pavoneándose el pobre  tonto.

 Sin poder escuchar la conversación, don Salvador Mido, viendo a la novia al borde del desmayo; mirando semejantes contrayentes, amadrinantas  japochinas y apadrinante palurdo de ciudad; hizo la señal de la cruz y gritó: “¡Dios nos asista!” Mientras los asistentes abarrotaban la primera fila de bancos para no perder detalle del esperpéntico enlace.

 La ceremonia comenzó entre los nervios de unos y otros, la incredulidad de don Salvador Mido, la ineptitud del eventual monaguillo, la tormenta en la calle, el olor a incienso de la iglesia y los miles de disparos fotográficos de los asistentes.

De pronto y sin venir demasiado a cuento Yoteskribo Unaskagadas tomó las riendas y con el libro del nuevo testamento en la mano leyó: 

 -         En las pistólas de San Pablo…

-         Epístolas –corrigió en voz queda don Salvador.

-         Carta de San Pablo a los Adefesios.

-         Sería Efesios, pero la carta de hoy es a Los Corintios.

-         Pues viendo a estos novios, sería mejor a los Adefesios padre.

-         Corintios –insistió el párroco.

-         Carta certificada de San Pablo a las pasas de Corinto.

-         ¡Corintios! –gritó el cura enervado.

-         Vale, lo siento, no he hecho nunca de monaguillo y por eso me Confucio un poco. Usted me lamente don Salvador.

-         ¡En todo caso será, “te perdono”!

-         Gracias, sabía que lo entendería.

 Cada vez más azarado, el cura hizo una señal al novio para que leyera el poema. Esterrato sin tiempo de leer previamente el poema que Yoteskribo Unaskagadas le había entregado, se acercó al atril, desplegó el papel y sin comprender la lectura por culpa de los nervios, convencido de que lo que iba a leer era un hermoso poema de amor, recitó leyendo torpemente intentando un acento meloso y trascendental:

 Querida; que bien te veo, al convertirte en mi esposa

Maquillaste tus ojeras… y estás igual de horrorosa,

Aunque sé que no eres virgen, ni tampoco San José

Hiciste de gallinita en el último Belén.

 

Por mi despiste aquel día, me llaman “el despichado”

Y yo  que capón quedé podando aquel seto hace años

Quisiera saber mi vida, como coño te he preñado

Sin robarte un solo beso, esta preñez fue  milagro.

Y aunque el padre no sea yo, como ya te prometí

Por el honor que no tengo, de ese niño me haré cargo.

 

En este día de la boda, frente al altar de la Santa

Con dos cuernos prominentes, me entrego a ti en cuerpo y alma

Sin importar que eres fea y un poquito casquivana

Me caso, aunque no me quieras; por tu estado de preñada

Confórmate con mi cuerpo, mis apellidos; mi casa

Pues para encontrar placeres, no los tendrás en mi cama.

 Al acabar de leer, miró temblón a los que intuyó serían sus invitados pero sólo pudo ver gentes borrosas que tapaban sus bocas con la mano para ocultar la risa.

Esterrato al adivinar más que ver, el gesto de sus amigos imaginó que los pobres trataban de evitar comerse el mal olor, aún se azaró más y mirando de soslayo a su novia –para intuir la emoción de ella, porque sabía que verla no la vería, mucho menos ver su emoción y aún menos de soslayo- pidió disculpas ante el mismo micrófono que acababa de utilizar para declamar, aunque él no supiera lo que era declamar:

 Lo siento, ha sido sin querer, no tuve tiempo de ensayar y claro, como el miercrófono todo lo aumenta se habrá oído retumbando como un tambor y es que con los nervios, al leer se me ha soltado el vientre, pero no creí que mi pedo oliera tan mal y llegara tan lejos el fato.

 Los presentes incapaces de disimular y ante tamaña confesión, rompieron en carcajadas, que al escaso oído de Esterrato le parecieron aplausos y no paraba de sonreír y agachar la cabeza reverenciando una y otra vez el “cariñoso” gesto que le hacían sus amigos a la par que invitados. Al menos eso pensaba él, que eran las personas que cámara de fotos en ristre no paraban de disparar instantáneas.

Sestampana, muda por lo que acababa de escuchar, hubiera querido que su novio además de corto de vista y sordo por el error con las gotas -que aún perduraba- hubiera quedado mudo justo antes de leer semejante memez recitada y posterior explicación gaseosa. Ella –pobrecilla- muy a su pesar, había oído y olido el nervioso poema-pedo recitado por su ya casi marido.

La pobre Sestampana tenía los pies grapados al suelo y el deseo de salir corriendo fundido con la impotencia de no poder hacerlo por culpa de  su preñez. No se atrevía a dejar de mirar a su venerada  Santa Rita Rita Rita Loqueseda Nosequita, implorando fuerzas para afrontar su desposorio y valentía para mirar a sus espaldas.

Cuando por fin lo hizo, no salía de su asombro, ni una sola de aquellas caras era conocida para ella; ninguno de sus amigos o familiares ocupaban aquellos bancos, todas las personas tenían los mismos rasgos orientales que sus suegras.

-      Esterrato ¡¡sólo ha venido tu familia, en esta iglesia son todos chinos!! –gritaba en voz queda la sorprendida novia.

-      Pero cariño, eso no es posible, no envitamos a la familia de mi madre, porque desde tan lejos no podrían de venir.

-      ¡Pues ya me dirás quiénes son todos estos chinos!

 Pronto el enigma estuvo resuelto: al templo habían entrado un manojo de excursionistas nipones nikitas que visitaban la hermosa iglesia; casualmente se encontraron con el bodorrio y viendo a contrayentes y madrinas pensaron que se trataba de la grabación de una película de terror surrealista.

El sacerdote al darse cuenta de que los improvisados fotógrafos no eran invitados a la boda, les invitó… a abandonar el templo, pero los excursionistas no estaban dispuestos a perderse el espectáculo: abandonaron los primeros bancos y continuaron disparando sus cámaras fotográficas a pocos centímetros del cura, padrinos y contrayentes.

El ruido de los disparos incomodó al sacerdote que nuevamente instó a los chinos a marcharse.

 -      Hacen ustedes caso omiso a mi petición y no lo voy a consentir –dijo francamente enfadado.

-      Ya han oído ustedes a don Salvador Mido –gritó peloteando Yoteskribo Unaskagadas, tomándose a pecho su papel de “sancristán”-.  ¡No se dan cuenta que ésta es la casa de Dios y la están convirtiendo en Sogoma y Modorra! ¡¡Fuera!! –gritó el “literato”.

-      Sodoma y Gomorra –rectificó el cura por lo bajini.

-       Eso, que esto no es  Sorroma Y Gamona y están haciendo caso sumiso al ruego del santo padre.

-      Omiso –volvió a rectificar sin confiar demasiado en que Yoteskribo fuera a hacerle más caso que los orientales.

 Finalmente los excursionistas sin parar de disparar fotos compulsivamente  abandonaron la iglesia y pudo continuar la ceremonia.

 Esterrato Tanagusto y Sestampana Tolrato miraron la iglesia completamente vacía, sus invitados llegaban tarde o simplemente no llegarían, pero ese contratiempo no podía arruinarles el día más feliz de sus vidas; aunque releyendo cuidadosamente este capítulo y el anterior –y los siguientes-, cualquiera diría que lo estaba siendo.

-      Reverendo padre don Salvador, le ruego que esperemos un poco para ver si llegan nuestros invitados, no sé por qué no han venido –rogó nerviosa Sestampana.

-      Pero yo no puedo hacer eso, dentro de un rato tengo que celebrar un entierro y los muertos no esperan –contestó don Salvador Mido.

-      ¿Cómo vamos a casarnos solos? Después de la ceremonia tendremos el convite; nos hemos gastado un dineral y si no vienen a vernos casar ¿de qué servirá tanto boato? –Insistía Sestampana.

-      ¡¡Pero bueno!! Lo importante de una boda es el sacramento, no el oropel –contestó furibundo el presbítero.

-      Pol supuesto lo impoltante es el saclamento, pelo también la celeblación y nosotlas hemos contlatado con glan esfuelzo un lestaulante calísimo –dijeron las madrinas al unísono-. Y si no telminamos plonto con esta bobelía se va a echal a peldel toda esa comida.

-      Ya está bien; tiene razón el cura: no es importante el Tropel ni el boniato. Lo importante es que me estoy casando con esta Bellosidad tan preciosa de mujer –decía el bobote.

-      ¡¡Pleciosa!! Tienes suelte de ser ceganiles polque te casas con una bicha hijo mío y además pleñada de otlo.

-      ¡¡Esto es el colmo!! –dijo don Salvador Mido-. Están ustedes cometiendo pecados de soberbia…

-      Eso, ya está bien; como dice don Salvador, estáis comiendo pescados de serbia, lujuria y penuria y gracias tenéis que dar si no os expulsa de aquí con cajas desmembradas.

-      No lo hago porque la novia está preñada y el nonato no merece nacer hijo de madre soltera. –decía enervado el sacerdote-.Y ahora si alguien quiere dedicar una oración a Santa Rita Rita Rita, este es el momento.

-      Yo sé una muy bonita que me enseñó mi padre –decía Yoteskribo Unaskagadas.

-      ¡Oremos!

-      Cuándo querrá Dios del Cielo, que la tortilla se vuelva, que los pobres coman pan y los ricos coman mierda…

-      ¡Qué dices mentecato! –increpó el cura.

-      Mantecados no, mejor unos pastelitos –dijo el tonto mientras la novia se tapaba avergonzada la cara con las manos.

-      Yo también me sé una oración preciosa que me enseñó mi abuelo ¿puedo decirla? –preguntó un poco azarado el novio.

-      ¡Claro hombre! ¡Cómo no!

-      Se la debe respetar a una mierda en el camino, porque tal flor representa a un hombre que fue a cagar y si no caga revienta…

 El sacerdote prosiguió la liturgia impotente, elevando su mirada al cielo implorando paciencia:

 -      El Señor esté con vosotros.

-      Y con la señora –dijo Esterrato mirando embobado a la mujer que estaba convirtiéndose en su esposa.

-      Arrepentíos hermanos –pretendió continuar don Salvador mido.

-      No. No me arrepiento porque estoy enamorado ¿verdad mi vida?

-      Calla y escucha. Que estás poniendo nervioso a nuestro querido prestíbero –cortó Yoteskribo.

 El sacerdote al borde de un ataque de nervios, dijo: “venga vamos al rito porque esto es un despropósito. ¡¡Vamos, a casarse y punto pelota!! Con estas palabras el párroco dio por zanjado el rifi rafe.

-         Queridos hermanos, nos hemos reunido aquí ante nuestra venerada Santa Rita Rita Rita Loqueseda Nosequita, para unir a este…hombre y a esta pobre mujer en santo matrimonio…o lo que sea. ¿Quién tiene los anillos?

 Novios y padrinos se miraban. Sestampana rezando para que su novio o las madrinas dijeran: “yo”. Pero no, a trío dijeron señalándola: “la novia”. Mientras el padrino paleto decía: “A mí que me registren” y Yoteskribo comenzaba a cachearle.

 “¡Bueno, no pasa nada! ¡Alguna cosa tendría que salir mal!”

 -         No importa, simularemos que tenemos anillo y vosotros simularéis que os los ponéis. Intuyo que las arras tampoco las tendremos ¿No? –preguntó sin esperar respuesta y con resignación desesperada el oficiante.

 Como pudo, don Salvador Mido continuó con las preguntas litúrgicas del casorio y con un estrepitoso: “Yo os declaro marido y mujer… y suegras… lo que Dios ha unido que no lo separen los hombres… podéis ir en Paz”…y no volver por aquí.  Dio media vuelta y entró apresurado en la sacristía.

 El cazurro conductor del carro Pascasio Cascarrias que con tan pocas ganas hizo las veces de padrino, pidió a Sestampana el importe del “servicio” y ésta, que no llevaba un celemín encima, se lo pidió a su ya esposo, que también estaba sin dinero y éste a sus madrinas; las chinas miraron al carrero y con un simple: “pídeselo al padlino”, zanjaron el asunto y por el pasillo central abandonaron la iglesia seguidas de los contrayentes pasito a pasito como ellas caminan siempre.

 Una hora después, por fin salieron a la puerta de la iglesia de San Sirolé. Una lluvia de granizo gordo recibió a los novios…

 Sestampana apenas pudo pensar:

 “¡Bueno, no pasa nada! ¡Alguna cosa tendría que salir mal!”. La lluvia de granizo ha sido bonita y así no hay que barrer el arroz de la puerta.

 Ni lluvia de arroz, ni lluvia de pétalos de rosa, ni invitados que gritaran ¡¡Vivan los novios!! Ni fotos con los novios a la salida…

 “¡Bueno, no pasa nada! ¡Alguna cosa tendría que salir mal!”. Estarán todos en el restaurante.

 Por más que la muchacha buscó con los ojos, no encontró el “carro nupcial” que la llevó a la iglesia y que debería transportar a los nuevos esposos al convite.

 El cochero-padrino, viendo el dineral que no le pagaban, no quiso volver a hacer las veces de nada y pese a la insistencia de Sestampana que le rogaba casi de rodillas que les llevara al convite para no tener que ir al paso de suegras; el hombre se negó en redondo, dio media vuelta y se marchó.

 “¡Bueno, no pasa nada! ¡Alguna cosa tendría que salir mal!”.

El restaurante no estaba demasiado lejos de la iglesia; en realidad nada estaba lejos en aquella pequeña barriada conocida como “La Marquesa de Mírame y no me toques”, aunque al paso que iban las chinas, cualquier distancia era interminable.

 Así las “japochinas” empeinetadas, enmantilladas, -como ya pone al principio de capítulo- con sus kimonos, de raso rojo con dragones en apariencia bordados, aunque en realidad estaban pintados a boli y a mano por ellas mismas, sus chancletas con calcetín de deporte blanco con las dos raquetas bordadas en el puño y ya con tomates en los dedos gordos; su cara con churretones blancos a causa del maquillaje “geisha” arrastrado por la lluvia y su parsimonia; la novia con su preñez, su aspecto ruinoso y el novio con el traje de amortajar a su abuelo, caminaron bajo la insistente y pertinaz lluvia hasta llegar al “Restaurante Bodega La Arcada De La Abuela”, donde días antes habían contratado un modesto menú para agasajar a sus invitados sin tener que rascarse demasiado el bolsillo.