HISTORIA REAL COMO LA BIRRA MISMA
-CAPÍTULO 4-
-EL SETO DE TU MADRE”-
Habían transcurrido varios días en los que el amor de Esterrato Tanagusto Toíto crecía al ritmo de la incertidumbre de Sestampana Tolrato. Ella necesitaba urgentemente fijar una fecha para la boda y poder lucir vestido de novia y cintura de abeja y no la que empezaba a tener de oveja churra preñada.
La parejita tenía cita aquella preciosa tarde de primavera y Sestampana se había hecho una limpieza por parcelas y embadurnado bien con la colonia “Tabú” que fue de su abuela y guardaba ella con sumo esmero y olor a rancio. Se maquilló como una puerta con picaporte incluido y esperó con más resignación que impaciencia y mucho menos ilusión, la llegada de su amad... del padre de su hij… de Esterrato.
Cogiditos de la mano paseaban siendo la viva imagen del desequilibrio. Esterrato era más bajo que un bache, medio metro más bajo que Sestampana, estaba orgulloso de llevar a su lado una hembra tan llamativa. Ni en sus mejores sueños imaginó que además hubiera aceptado ser su esposa.
Sestampana además de más alta que su novio, calzaba unos taconazos de aguja de hacer punto que aún evidenciaba más la diferencia de estatura; parecía que acompañaba a la escuela a un niño chiquito.
Los bracitos de Esterrato por mucho que los estirara no podía alcanzar los hombros de su novia, pero había deseado tanto llevarla algún día cogidita del hombro paseando la calle, que no se resistía a no poder hacerlo y haciendo uso de su ingenio (intuiréis que muy escaso), había preparado un artilugio: unos zapatos a cuya suela había pegado con cola (la única cola que podía usar), a modo de alzas unos trozos de madera que tenía en casa para alimentar la cocina bilbaína.
- Sestampana querida, cierra los ojos y espera un momento que te tengo una sospresa – dijo el muchacho henchido de emoción… o hinchado, porque él no sabría lo que es henchido.
- Miedo me das –pensó accediendo resignada.
Extrajo de una bolsa que llevaba los mencionados zapatos y los cambió por los que traía de casa. Cuando Sestampana abrió los ojos y vio el sorpresón, a punto estuvo de bajarle el periodo, pero no tuvo esa suerte.
Esterrato feliz y triunfante, pudo al fin tomar del hombro a su novia, no sin dificultad, porque las alzas además de espantosas, no eran lo suficientemente altas y tenía que caminar de puntillas, estirando los bracitos como si pretendiera tocar el cielo con sus manos, aunque quizás alcanzar el cuello de Sestampana, para él era eso: tocar el cielo con sus deditos.
No paraba de sonreír orgulloso. Mucho más notando que todo el mundo se giraba para mirarlos. El tontorrón creía que era de envidia y no del descojone que causaba ver la esperpéntica pareja.
Los tacos de madera eran desiguales, uno medía 4 centímetros más que el otro, con lo cual el torparrón lucía una evidente cojera, que añadida a la diferencia de altura con su pareja, resultaba una visión tan increíble como grotesca.
Por el romántico esfuerzo, sudaba como si en vez de a su novia, llevara al lado la hoguera de San Juan.
El pobre muchacho no podía caminar más incómodo. Varios traspiés, esguinces y torceduras de tobillos después, Esterrato sintió un gran alivio al ver un banco vacío en el paseo.
- ¿Nos sentamos querida?
- Cómo quieras -contestó apática.
- ¿No estás cansada? –preguntó al borde del soponcio.
- Sí, pero no te voy a decir de qué.
Esterrato no entendió la ironía, pero se dejó caer en el providencial banco de granito con demasiada fuerza, sin calcular que la altura de su ojete había cambiado, dándose un gran golpe en la rabadilla. Su hombría, (de haberla tenido), no le permitía llorar a moco tendido, ni a moco colgante porque no llevaba pañuelo y sorber delante de la novia no era lo más adecuado en un principio de relación sentimental… No al menos sorberse los mocos.
Sestampana al sentarse pudo ver más de cerca las alzas más que rudimentarias que su novio llevaba en los zapatos. Horrorizada pensaba que todo el mundo se habría reído de ella por la pareja que la acompañaba. Pronto se conformó porque el que no se conforma es porque no quiere. Miró su barriga y pensó: “O este o nada”… pues a conformarse toca.
Había pasado lo menos una hora en la que no habían cruzado ni media palabra. Ella mentalmente buscaba alguna cosa con la que poder entablar conversación. Pensaba inútilmente en qué gustos podrían coincidir, pero nada, era mirar al bobalicón sentado a su lado y se le caían todos los palos del sombrajo.
Por su parte Esterrato, con mirar embobecido a su novia se sentía el hombre (o bicho) más feliz del universo… o al menos de aquel banco.
Ella en cambio, mirarle a la cara le revolvía las tripas suyas y las de los viandantes.
De pronto se le ocurrió una pregunta que nada más hacerla se arrepintió mucho más que de haber aceptado ser novia de aquel esperpentito.
- ¿Qué pasó con el seto de tu madre?
Esterrato tan sorprendido como halagado comenzó a relatar la historia solicitada.
- Mi madre tenía un seto muy frondoso que se lo regaba cada tarde un novio marino que tenía; se llamaba Raúl Tramar.
- ¿Tu padre? –preguntó Sestampana.
- No, no, mi padre era otro, pero ese tema dará lo menos para un capítulo entero ¡lo estoy viendo mu claro!
- ¡Pues será lo único que ves claro! Apuntilló malévola.
- Bueno, sigo, no me cortes que pierdo el novillo.
- ¡Será el hilo!
- Lo que sea, pero si me cortas me pierdo.
- ¡No me caerá esa breva! –pensó la pobre muchacha.
- Mi madre estaba orgullosa de su seto porque era la envidia del vecindario; nadie tenía un seto tan bonito como aquel. Todo el mundo se paraba a admirar el seto de mi madre que llegó a ser el más famoso y frotogafiado del barrio. Ella orgullosa acariciaba su seto porque dice que sentía un enorme placer al hacerlo cuando la gente miraba - hablaba sin parar como en éxtasis-. A mí me parecía que el seto de mi madre no era para tanto, además lo tenía demasiado frondoso, tanto, que arrastraba por el suelo y eso no está bonito. Me ofrecí a recortárselo un poco, pero ella no quería de ninguna manera que yo tocara su seto. Decía que ese seto sólo lo podía tocar su novio marino. Una tarde aproveché que mi madre dormía la siesta profusamente porque se había endiñau una botella de tequila entre pechos y espalda; cogí unas estijeras de podar y con mucho cuidado me acerqué al seto de mi madre sin ser visto y comencé a recortar todo el follaje sobrante –respiró hondo porque de tanto hablar sin costumbre estaba hiperventilando-. Para no despertar a mi madre, lo hice tan deprisa, que en un descuido me corté la punta del precipucio.
Sestampana a punto de desmayarse imaginando la escena, le hizo señas para que callara. Ya sabía todo lo que ni falta le hubiera hecho saber. Sin embargo Esterrato Tanagusto estaba como su propio apellido y además encantado de la vida.
- No hagas aspavimentos yo te hago un caso insumiso y voy a continuar –dijo con prepotencia-. Al escuchar mis alaridos, mi madre despertó y gritó desesperada al ver el estropicio.
- ¡Claro! ¡Se disgustaría mucho al ver tu herida! –apenas pudo decir la desdichada-.
- No, no, eso a ella no le importaba lo más minucioso, pero al ver los trasquillones de su seto, no pudo soportarlo. Ni ella ni Raúl Tramar que la dejó tirada como una coletilla, porque en realidad sólo estaba namorau del seto de mi madre y así, con el seto tan feo ya no la quería.
- ¡Pobre! ¡A tu madre le pasó como a Sansón!
- ¿San quién?
- Sansón
- No, a mí me gustaba más quina Santa Catalina porque regalaban un muñeco cabezón que se llama Quinito… ¿O era quina San Clemente?
- ¡Déjalo! –dijo desesperada la chica-.
- Bueno, me callo, si no quieres saber cómo acabó la historia, me pongo un palatrapo en la boca y no te cuento más.
- Venga, vale, ¿Cómo acabó la historia? –preguntó resignada-.
- Puso fin, pero aún faltan muchos capítulos.
- ¡Me vas a volver loca!
- ¿De amor vida?
- ¡¡No, de loca perdida!! ¡Sigue contando!
- Pues nada, que mi madre se quedó sin novio yo me quedé eunenuco pa toda la vida y el seto de mi madre se fue secando hasta que un día se lo arrancó de raíz. Ahora somos pobre y no tenemos ni tiestos.
- Pues lo siento…
- ¡Qué graciosa eres, si ya estamos sentaus!
Sestampana no sabía si llorar o cortarse las venas con una cáscara de pipa de las que estaba el suelo lleno.
Un espeso silencio cayó sobre la pareja que hasta buen rato después, no volvieron a despegar los labios. A punto ya de marcharse y un poco más calmada, sutilmente, sin ganas y porque no tenía otro remedio, la muchacha le propuso a su embobado novio que la llevara a conocer a su mamaíta.
Esterrato que además de
cuernos, por los nervios del noviazgo le habían salido unos granazos de acné como albérchigos,
no estaba muy convencido de que el encuentro fuera a resultar todo lo bonito que
su futura mujer esperaba (o él, creía que esperaba), aun así estaba deseoso de
llevarle a casa de su madre, no sin
miedo al resultado del encuentro entre las mujeres de su vida.
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