Interrumpimos nuestra “Historia real como la birra misma” para da cuenta de un luctuoso suceso ocurrido en una pila de acero inoxidable con dos senos y escurridor.
Al parecer varios platos han perecido en una refriega que te friega, en la que también resultaron contusionados algunos vasos, fuentes y ensaladeras pertenecientes a la misma vajilla (una señora de no más de un metro veinte de altura), que en el momento del siniestro procedía a su remojo (picón).
Algunos cubiertos (y otros descubiertos) que cuando acaecieron los hechos se encontraban en las inmediaciones de la encimera, declararon que los platos en ningún momento pudieron percatarse de la catástrofe que se les venía encima, puesto que estaban sumergidos en el agua de un barreño y la espuma les impedía ver claramente el exterior.
El barreño quedó convertido en un amasijo de plástico y para excarcelar los pedazos (trozos, no pedos grandes), siniestrados, fue necesaria la intervención de guantes especializados a fin de no cortarse con el filo incisivo en que se convirtió la porcelana.
En el lugar del suceso se personaron varias dotaciones de pegamentos especializados y durante más de un buen rato hicieron maniobras de reanimación (se animaban unos a otros varias veces) hasta que finalmente sólo pudieron certificar la defunción de tarde en el teatro municipal.
Al levantamiento de los restos acudió un cubo de basura nuevecito, ataviado con su impecable bolsa de plástico negra con cuerda para atado y transporte.
El desconsolado armario donde se guardaban los finados, ha quedado a la espera de ser rellenado con nueva loza, ya que la vajilla se encuentra destrozada sin varios de los servicios con que contaba. Ahora cuenta con los dedos, porque en el mismo siniestro pereció la calculadora al ser alcanzada por una esquirla de la vajilla, que de cálculo mental anda más cortita que de fémur.
Al parecer varios platos han perecido en una refriega que te friega, en la que también resultaron contusionados algunos vasos, fuentes y ensaladeras pertenecientes a la misma vajilla (una señora de no más de un metro veinte de altura), que en el momento del siniestro procedía a su remojo (picón).
Algunos cubiertos (y otros descubiertos) que cuando acaecieron los hechos se encontraban en las inmediaciones de la encimera, declararon que los platos en ningún momento pudieron percatarse de la catástrofe que se les venía encima, puesto que estaban sumergidos en el agua de un barreño y la espuma les impedía ver claramente el exterior.
El barreño quedó convertido en un amasijo de plástico y para excarcelar los pedazos (trozos, no pedos grandes), siniestrados, fue necesaria la intervención de guantes especializados a fin de no cortarse con el filo incisivo en que se convirtió la porcelana.
En el lugar del suceso se personaron varias dotaciones de pegamentos especializados y durante más de un buen rato hicieron maniobras de reanimación (se animaban unos a otros varias veces) hasta que finalmente sólo pudieron certificar la defunción de tarde en el teatro municipal.
Al levantamiento de los restos acudió un cubo de basura nuevecito, ataviado con su impecable bolsa de plástico negra con cuerda para atado y transporte.
El desconsolado armario donde se guardaban los finados, ha quedado a la espera de ser rellenado con nueva loza, ya que la vajilla se encuentra destrozada sin varios de los servicios con que contaba. Ahora cuenta con los dedos, porque en el mismo siniestro pereció la calculadora al ser alcanzada por una esquirla de la vajilla, que de cálculo mental anda más cortita que de fémur.
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