HISTORIA REAL COMO LA BIRRA MISMA
-CAPÍTULO 5-
-LA MONCLOACA-
(PARTE 1)
Como era de esperar, Esterrato contestó pisando facto a su novia que al día siguiente irían de visita a la casa para presentarle a su familia, es decir, su madre y a la gemela de ésta, la querida tía del “bobio”; que como su nombre indica es el bobo novio de Sestampana.
Ella penas pudo dormir aquella noche por temor a lo que le esperaba. Se había levantado pasadas las tres de la tarde y poco después de comer, la preñadita una vez más, cuidó lo más escrupulosamente que pudo su aspecto. Buscó entre su ropa algún vestido bonito que ponerse para impresionar a su suegra y fajando prietamente su abdomen para disimular el cada día más que evidente embarazo, se enfundó casi con calzador uno rosa palidito, el único que tenía en aquel armario lleno de perchas vacías, telarañas y olor a alcanfor rancio.
Desenmarañó el encrespado cabello, disimuló sus ojeras como bolsas de la compra con un corrector más duro que un rescaño de pan, maquilló con grumoso esmalte sus largas (que no cuidadas) uñas, para que por fin perdieran el aspecto “amejillonado” para lucir “amejillonadamente” pintadas, o más bien churreteadas porque no era precisamente paciente y antes de que se secara el esmalte, comenzó a pintarrajearse las pestañas con un producto reseco por el poco uso, cubriendo cada pelo de un pegote negro, grueso e incómodo que le impedía parpadear con normalidad.
Así, con el esmalte de las uñas arrugado como careto de viejo, las pestañas con más pegotes que un nuevo rico, los labios con más carmín que en la perfumería del “Carrefú”; la cintura apretada como final de mes y los dedos de los pies hinchados como albóndigas, esperó la llegada de su novio que no tardó en aparecer temblando como un flanín el niño suave y cremoso todo sabor…
Esterrato, sonriente tocó el timbre de la puerta y parado en el umbral esperó inquieto a que su nena le abriera; miraba a derecha e izquierda mostrando al completo su patética “desdentadura” casi tapado por un gran ramo de flores que conservaban las raíces llenas de tierra al final del tallo; él mismo acababa de cortarlas en una parcelita abandonada convertida en escombrera, en la que crecían algunas flores salvajes y feas como un dolor de muelas.
El chico, que estaba tieso, pero quería agasajar a su novia, hizo un ramo con aquellas flores y se lo entregó apenas Sestampana abrió la puerta. No calculó bien la distancia y empotró el ramo en la cara de la sorprendida muchacha que rápidamente lanzó el ramo lo más lejos que pudo al tiempo que lanzaba también un horrible alarido que asustó a Esterrato.
- Vaya, que desagradecida; pues no son tan feas –dijo apenado.
Sestampana no podía hacer caso a la queja de su novio; su nariz era una berenjena gorda, brillante y morada. Una avispa que libaba las flores, “libó” en la misma punta de su apéndice nasal produciéndole además de un horrible dolor, una hinchazón desmedida.
Esterrato tan ávidamente como pudo –que no fue mucho, dado lo habitualmente sosote en sus reacciones- cogió barro de un charco que tenía a su derecha y se lo aplicó a su novia en la narizota. El barro alivió un poco el dolor, pero estaba demasiado líquido y cayeron goterones de arena húmeda en toda la pechera del vestido rosa ojeroso de puro pálido que lucía Sestampana.
- ¡Qué torpe eres cariño! ¡Mira cómo me has puesto el traje nuevo; ahora tendré que cambiarme! –dijo horrorizada por el dolor, el destrozo de vestido y porque no tenía otro que ponerse.
- No te cambies querida, con este traje pareces una sífilis, te esteriliza mucho la figura; además no tenemos tiempo para cambios que están mi madre y mi tía esperándonos expectorantes.
- Si están acatarradas mejor lo dejamos para otro día.
- ¿Acatarradas? ¡No! Están nerviositas esperando conocerte.
Sestampana sabía del confuso léxico que empleaba su novio y tratar de corregirle en aquel momento le pareció tan absurdo como la propia situación que estaba viviendo.
Habían perdido demasiado tiempo y tanto Esterrato como la madre que lo parió y su gemela, eran obsesos de la puntualidad, por eso, para no hacerlas esperar ni un minuto, apremió a su novia cogiéndola fuertemente del brazo y apresurando el paso de ambos.
Por culpa de sus pies hinchados Sestampana no pudo calzarse más que unas gastadas y viejas chancletas.
Un nubarrón se cernía –y no sólo metafóricamente- sobre sus cabezas y aunque llevaba horas amenazante, se le antojó rasgar su panza justo en ese momento. Un relámpago cegador seguido de estruendoso trueno y lluvia torrencial, empapó a la pareja que sin techo, sin tiempo y sin paraguas caminaba con el escaso apremio que la maltrecha Sestampana podía.
- Cariño date prisa que como me moje encojo –decía Esterrato.
- ¡¡Vaya momento de bromear!! ¡Encoger dice!
- Sí mi vida, encojo frío, se me acatarran los oídos y la oiditis es muy dolorosa.
- Otitis –corrigió a duras penas y blandas ganas.
- Tisis no, flaco si, pero no tuberculítico –apostilló el tonto-. Pero cuando me mojo me pongo muy malito. Me da conjuntavitis tan fuerte que no puedo ni abrir los ojos de las legañas tan gordas que me salen y la oiditis me queda sordo vilordo.
- ¡¡Lo que faltaba para terminarte de arreglar!! –dijo en hilo de voz Sestampana, acelerando el paso lo más que pudo, que no fue demasiado, para la imperiosa necesidad que tenían de correr, o parar a refugiarse.
Esterrato miró el reloj de la plaza y paró en seco… bueno, en seco no, porque ambos estaban calados, pero si paró con fuerza y Sestampana por la inercia, a punto estuvo de caer al suelo.
- ¿Qué haces? ¡Casi me caigo!
- Tranquila, es que tenemos un minuto para poder coger el suello.
- Querrás decir resuello –dijo sin él la chica.
- Qué ganas tengo de llegar a mi casa cariño. Ya verás, te vas a quedar putrefacta.
- Chico, había oído que tu casa olía “rarito”, pero tanto como para que yo salga de allí oliendo a muerto, me parece demasiado.
- No, sosprendida, pestrufasta -corrigió.
- ¡Ahh, quieres decir estupefacta!
- Eso, espetufasta quería decir.
- ¿Para qué te empeñas en decir palabras que no sabes pronunciar?
- No sé, será nonato en mí –dijo orgulloso.
- Más bien Innato.
- Tú sí que hablas bien mi vida, contigo voy a emprender de todo.
- Ya y a no acabar nada. En fin, prosigamos que parece que a escampado y hemos entrado en bucle dialéctico.
- No veo ningún barco, mucho menos un buque “dislésico”. Debes estar infundida.
- Y confundida también.
- Con quien tú quieras, no te pienso rebatér.
Sin decir ni una palabra más, reemprendieron la marcha. Sestampana supo que habían llegado al ver la nube de moscas revoloteando el tejado de “La Moncloaca”. Así sin poder evitarlo y con semejante aspecto: Melena chorreante y lamida, nariz aberenjenada y embarrada, grumosa máscara de pestañas, que debido a la lluvia y las lágrimas de dolor por la picadura corría en negros surcos por la cara de la desdichada novia, el pálido vestido ahora empapado y lleno de churretones de barro, patética sonrisa y jadeante por la apresurada caminata; se presentó con británica puntualidad ante la vivienda paupérrima (Paupérrima: palabra que tampoco utilizo habitualmente y que también tenía ganas de colocar en una frase…) que su novio compartía con las dos gotas de vinagre que estaba a punto de conocer y que al abrir la puerta y verla, no pudieron reprimir un chillidito de espanto. Chillidito que por diferente razón reprimió Sestampana.
Como era su costumbre, las gemelas chinas habían salido a abrir juntas; las dos con idéntico careto, gesto y ropaje. De no haber sido por el diferente color del pelo de ambas, Sestampana habría creído estar viendo doble. Así al ver el aspecto de las viejas chinas la joven pensó: “vaya familiurrio me espera”. Sin darse cuenta que ella, no era precisamente el mejor ejemplo de lo contrario.
- ¿”Esto” es tu novia folmal? ¿Ésta es la vellosidad estampanante? -dijeron las gemelas señalando con el dedo índice a su futura nuera-. ¡Podlías habelte esmelado un poco y aleglalte pala venil a velme!
- Pero si yo me alegro mucho señora…s –acertó a decir casi sin aliento la interfecta.
- Aleglalte me lefielo a vestilte aleglada no a ponelte alegle, polque vaya aspecto asqueloso que me tlaes.
- Pues es lo único que traigo: mal aspecto; porque verán ustedes, al salir de casa me ha picado una avispa en la nariz…
-Tontelías, tontelías, avispa ni avispa, una disculpa que te acabas de invental –cortaron secas sin dejar que terminara su explicación la pobre chica.
- ¡¡No pensarán que mi nariz es así de enorme!! Esterrato me trajo flores con “inquilina” -dijo señalando su deforme y descomunal narizota-. Aquí tengo clavado el aguijón.
- Otla cosa tienes tú clavada en tó lo alto chica fea -dijeron maleducadas y estúpidas.
Sestampana hizo caso omiso a la ofensa ya se veía venir el percal y continuó hablando como si nada (o como si casi nada).
- Por este percance no hemos tenido tiempo de parar a comprar nada. Pensaba obsequiarles a ustedes con unos bombones…
- Mejol, soy alélgica al chocolate y además no me gustan los bombones –cortaron nuevamente las viejas chinas.
Sin siquiera invitar a pasar a su futura nuera que estaba a punto de desmayarse por el cansancio; la visión de sus dos suegras: una morena y una rubia a cual más temerositas y el hastío por el fétido olor que salía de la casa, las chinas preguntaron:
- ¿Cómo te llamas ololosa?
- Sestampana Tolrato Encuclillas –contestó.
- Vaya postula incómoda hija mía. No me extlaña que te estampanes con esa postula, lo lalo es que no hayas aboltau. ¡Mila que llamalse Sestampana, donde se hablá visto!
- ¡Pues en esta novela! ¿Dónde más? Pero vamos, Kemesuda o Mepika Toíto tampoco son nombres preciosos que se diga. Y si yo soy “ololosa” ¡¡¡ustedes tienen unas caras!!!
- Ni calas ni balatas ¡A callal, bicho lalo!
Sestampana supo que no sería fácil conquistar a esas dos suegras que la vida le estaba regalando.
Tras un interminable rato de rigurosa y exhaustiva inspección ocular, o escudriñadora; finalmente Kemesuda Toíto y su gemela Mepika se apartaron del umbral, dieron media vuelta y enfilaron pasillo adelante para que pudiera seguirles la parejita.
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